El ‘monario’ hoy me lo ha
calentado la moral distraída del gobierno español con la respuesta que ha dado
a la solicitud de acogida en nuestro país de refugiados sirios, personas que
intentan salvar lo único que les queda: la vida. Aunque me temo que de una
forma u otra acabarán siendo convertidas en un negocio rentable para algún ‘amiguete’
de turno cercano al poder en la Gran Europa, que cómo no, a mí corto entender
es la mejor forma de convertirse en cómplice y actor necesario que valide las
acciones del grupo integrista llamado Estado Islámico, autoproclamado califato
con la loca idea de crear un imperio bajo su desmedida sinrazón, apoyados por
un ejército de fanáticos que no sé cuantificar en número; las cifras bailan
entre 50.000 y 400.000 yihadistas
califales los que componen esta nueva forma de sembrar el terror, campan a sus
anchas por esos territorios a los que tanto debemos el resto de la humanidad.
Lo triste, ilógico y desesperante para el pueblo islámico y para el sentido
común, es que sea a sus propios hermanos
en la fe a los que están infligiendo el mayor daño físico y moral con su
dinámica exterminadora. Contemplo con indignación las mareas de seres humanos
que huyen de la fuerza infernal de los yihadistas y me pregunto si de verdad nadie
puede o quiere parar esta barbarie. Si el mundo globalizado en el que vivimos
ha sido capaz de ingeniar inventos tan portentosos como para rastrear el
Universo en busca del origen de la creación, me cuesta creer que no disponga de
los medios necesarios para localizar y detener a esta plaga desestabilizadora que
tanto sufrimiento inútil está causando.