El mar tiene la sana
costumbre de devolvernos todo lo que le es ajeno, así lo compruebo cada día
cuando paseo por la orilla del Mediterráneo, por ser el que veo cada día al
levantarme. Hoy entre las tantas inmundicias que ha escupido y que he sorteado,
una, ha reclamado mi atención. Y no ha sido por ser algo llamativo, vistoso ni
que lanzase destellos como si de un tesoro arrancado de algún naufragio olvidado
se tratase, no. He tropezado con un hato de jirones oscuro y anudado que delataba
la mano humana que lo había creado para contener algo valioso. Mi naturaleza
curiosa no me ha permitido pasar de largo, y después de palparlo, al tacto, he
comprobado que en el interior guardaba algunos objetos sólidos y consistentes. Rápidamente
he procedido, manteniendo cierta prudencia al hacerlo, a desatar los nudos de
los jirones de ropa mojada que lo formaba. La sorpresa, tanto mía como la de mi
hermana Luisa que me acompañaba, ha sido singular cuando el contenido ha
quedado al descubierto. Efectivamente, dentro había un tesoro, pero no uno
cualquiera; éste estaba compuesto por: cuatro manzanas, un coco, una vela roja,
un caramelo y una pequeña rama de hojas verdes que por hallarse descompuestas
no he sabido reconocer. En ese instante hemos tomado consciencia de que lo que
el mar había arrastrado hasta la orilla era un mísero «kit de supervivencia», e
irremediablemente la pregunta que nos hemos hecho no ha podido ser otra que,
¿habrá sobrevivido el dueño de ese tesoro con el que pensaba surcar el mar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario